En las últimas dos décadas, el mundo ha sido testigo de un fenómeno social y económico sin precedentes: la aparición de los influencers. Lo que comenzó como simples usuarios compartiendo su día a día en redes sociales ha evolucionado hacia una industria multimillonaria. Hoy, miles de jóvenes sueñan con dejar los estudios o abandonar carreras profesionales para dedicarse de lleno a crear contenido y ganar dinero con patrocinios, publicidad y colaboraciones. Y, en muchos casos, logran ingresos que superan con creces a los de médicos, ingenieros o abogados con años de formación.

Pero esta tendencia, tan atractiva y aparentemente “fácil”, plantea preguntas inquietantes:
- ¿Qué pasa si la sociedad entera comienza a inclinarse hacia este modelo?
- ¿Es sostenible un mundo en el que todos quieran ser influencers y casi nadie quiera desempeñar trabajos esenciales?
- ¿Qué consecuencias tendrá para el futuro de la humanidad?
La promesa dorada del influencer
La vida de un influencer parece un sueño: trabajar desde casa (o desde una playa), elegir sus propios horarios, recibir regalos y viajar gratis. Las cifras no mienten: algunos influencers pueden ganar en un mes lo que un médico tarda años en ahorrar. Las marcas están dispuestas a pagar miles o incluso millones para que sus productos sean vistos por una audiencia fiel.
Esto genera un atractivo casi irresistible para los jóvenes, quienes perciben que estudiar una carrera de 6 a 10 años, endeudarse y trabajar turnos agotadores no compensa en comparación con “subir videos y fotos” para generar ingresos mucho mayores.
El vacío de aporte social
Aquí surge la gran pregunta: ¿qué aportan realmente los influencers a la sociedad?
No se trata de demonizar la profesión, ya que hay creadores que informan, educan o inspiran. Sin embargo, una gran parte del contenido más rentable es entretenimiento efímero: bromas, bailes, retos absurdos, reseñas superficiales. Esto puede generar una sociedad más enfocada en el consumo rápido de contenido que en la producción de soluciones reales a los problemas.
Mientras un médico salva vidas, un bombero arriesga la suya por rescatar a otros, o un ingeniero construye infraestructuras vitales, la mayoría de los influencers producen contenido que, si desapareciera, no afectaría el funcionamiento esencial de la sociedad.
¿Y si todos quisieran ser influencers?
Imaginemos un escenario distópico en el que el 80% de los jóvenes quiera dedicarse exclusivamente a ser influencer.
- ¿Quién apagaría los incendios?
- ¿Quién construiría las casas?
- ¿Quién operaría a los enfermos?
- ¿Quién repararía las redes eléctricas?
La respuesta es simple: nadie. El sistema colapsaría porque las profesiones esenciales requieren vocación, años de formación y un compromiso que no puede ser reemplazado por transmisiones en vivo o publicaciones virales.
La ilusión del éxito fácil
Uno de los problemas de esta tendencia es que el éxito como influencer es extremadamente desigual. Mientras unos pocos concentran la mayoría de las ganancias y seguidores, la inmensa mayoría apenas obtiene ingresos. Las plataformas están saturadas de contenido, y la competencia es feroz. Sin embargo, el “sueño” sigue siendo vendido como algo al alcance de cualquiera, generando frustración en quienes no logran despegar.
Consecuencias psicológicas y culturales
El auge del influencer también trae efectos secundarios:
- Aumento del narcisismo y culto a la imagen.
- Baja tolerancia a la frustración: todo debe ser inmediato.
- Pérdida de oficios y habilidades prácticas, que requieren tiempo y dedicación.
- Desconexión con la realidad: priorizar la apariencia de éxito sobre la verdadera estabilidad.
¿Sostenibilidad a largo plazo?
Desde un punto de vista económico y social, esta tendencia no es sostenible. La humanidad necesita equilibrio: gente que cree contenido, sí, pero también médicos, agricultores, profesores, investigadores, obreros y técnicos. Si todos persiguen una vida de likes y seguidores, la infraestructura social y productiva se verá seriamente afectada.
La tecnología puede automatizar algunos trabajos, pero no todos. Y por más avanzada que sea la inteligencia artificial, no hay algoritmo que pueda reemplazar la empatía de un médico, la pericia de un bombero en una situación crítica, o la experiencia de un carpintero que construye una mesa con sus propias manos.
El reto para las próximas generaciones
El desafío no es eliminar la figura del influencer, sino integrarla de forma saludable en la sociedad. Esto implica:
- Educar sobre la importancia de oficios y profesiones esenciales.
- Incentivar el contenido de valor que aporte conocimiento y soluciones.
- Fomentar un equilibrio entre aspiraciones digitales y responsabilidades reales.
Conclusión
Ser influencer puede ser rentable, pero no debe convertirse en la aspiración universal. La humanidad funciona gracias a una red interdependiente de profesiones y oficios. Si descuidamos esa red en favor de una burbuja de entretenimiento digital, corremos el riesgo de hipotecar el futuro.
Un mundo sin médicos, bomberos, agricultores o constructores no puede sobrevivir, pero un mundo sin influencers… probablemente sí. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a correr ese riesgo solo por perseguir fama y dinero rápido?