El sistema de «reserva fraccionaria» no es solo una estructura financiera abstracta; es una jugada maestra de los grandes bancos para perpetuar su dominio sobre el pueblo, disfrazada de una práctica «legítima» para manejar el dinero depositado. Este esquema, lejos de ser una operación justa, es un juego en el que el verdadero perdedor siempre es el mismo: el ahorrador común, el pueblo que, sin saberlo, financia la riqueza desmesurada de unos pocos.
Imagina que depositas, por ejemplo, 1,000 unidades de tu dinero en el banco. Este, lejos de guardarlo de forma segura, solo conserva una fracción, el porcentaje exigido por el banco central. El resto, en lugar de estar disponible para ti si decides retirarlo, el banco lo presta a otros, generando beneficios con los intereses de esos préstamos. Y si las cosas salen mal, si la burbuja explota o las deudas no se pagan, el banco no pierde nada, ya que la carga recae sobre ti, el depositante, el que ve cómo su dinero se evapora mientras los poderosos siguen en su pedestal.
La famosa «reserva fraccionaria» juega con las expectativas de la gente: la seguridad de que tu dinero está guardado, mientras el banco lo utiliza para su propio beneficio, generando dinero «de la nada». En realidad, los bancos no tienen suficiente dinero para cubrir todos los depósitos si todos los clientes decidieran retirar su dinero al mismo tiempo. La gente suele desconocer que, en situaciones de crisis, las entidades bancarias no tienen el efectivo disponible para hacer frente a una fuga masiva de fondos. Este fenómeno, conocido como una «corrida bancaria», puede sumergir a una economía en una espiral peligrosa de falta de liquidez y caos financiero.
¿Y qué pasa con los defensores del sistema? Los que justifican este modelo como la columna vertebral del crecimiento económico. La ironía es que el «desarrollo» que proponen se basa en el sobreendeudamiento de la población, un ciclo insostenible que solo beneficia a aquellos que controlan el sistema. No se puede hablar de progreso cuando ese progreso se construye sobre una base de deuda infinita, inflaciones desbordadas y una economía ficticia que genera más dinero del que realmente existe. Mientras tanto, el pueblo se ve obligado a cargar con las consecuencias, sin ver nunca la riqueza prometida.
Las críticas contra la reserva fraccionaria no son nuevas. Se le acusa de crear «dinero de la nada», una práctica que solo alimenta las burbujas especulativas, la inflación y, lo peor de todo, un ciclo interminable de deuda que estrangula a los ciudadanos comunes. Cada vez que el sistema colapsa, lo hacen las finanzas del pueblo, mientras los bancos son rescatados, sin mayores consecuencias. Y esa es la clave: el sistema está diseñado para garantizar que los grandes ganen, mientras los pequeños sigan al margen, atrapados en una red de mentiras y manipulación.
No es que la reserva fraccionaria sea «ilegal», no. De hecho, es completamente legal según las leyes del sistema financiero, regulada y aprobada por los bancos centrales. Pero la legalidad no es sinónimo de justicia. Al contrario, este sistema solo agranda las desigualdades, concentra la riqueza y mantiene a las grandes instituciones financieras como los verdaderos dueños del juego. El pueblo sigue siendo un espectador pasivo, que paga los costos de un modelo diseñado para enriquecerse a costa de su trabajo y sacrificios.
Este es el verdadero rostro de la banca moderna: un sistema de «reserva fraccionaria» que, aunque se presenta como una forma de administración de los recursos financieros, no es más que un mecanismo para perpetuar el poder de unos pocos y dejar a la mayoría con las manos vacías. No solo es hora de cuestionar este sistema; es hora de exigir cambios reales que pongan fin a este abuso estructural. La gente ya está cansada de ver cómo se reparten las riquezas los que tienen el control, mientras que los de abajo siguen pagando el precio.